Wednesday, July 2, 2014

¡FARAÓN!

AM | @agumack

"...le premier serviteur de la Règle..." — Christian Jacq

Sé muy poco sobre la historia de Egipto. Hace un par de años, al leer una reseña de The Rise and Fall of Ancient Egypt (Random House, 2011) de Toby Wilkinson, me di cuenta que me estaba perdiendo algo importante (*). Joseph Manning, el reseñador, señala un punto importante: una civilización tan exitosa tuvo que ser bien gobernadaal menos durante largos períodos. Tanta creatividad a lo largo de tantos siglos es inconcebible sin una mínima dosis de equilibrio político, sin una aristocracia con capacidad de innovación y sin un pueblo habilitado para trabajar en condiciones de relativa seguridad y prosperidad. En una palabra: no todos los faraones fueron tiranos.

* * *

Por eso el otro día, al ver una de las increíbles 'gangas' de la Librería Low-Cost (Taradellas y Londres, Barcelona), no dudé: pagué €10 por los cinco tomos de Ramsès, la novela histórica de Christian Jacq publicada por Robert Laffont entre 1995 y 1997. Voy por el segundo volumen, y no resisto la tentación de adelantar un par de comentarios. Hay mucho de novelesco en Ramsès, pero Jacq se esfuerza por presentar al faraón como la encarnación del poder ejecutivo uni-personal y fuerte. Un poder de esta naturaleza es indispensable para evitar el gran enemigo de los hombres: el caos. Pero —y esto es lo interesante— el poder del faraón está sujeto al rule of law representado por Maât (o Ma'at), la diosa de la justicia, la verdad, la ley y el equilibrio. Elaboradas ceremonias religiosas son necesarias para poner de relieve el vínculo entre el faraón y Maât—y para demostrar la reverencia del faraón por la justicia.


En contra de lo que uno imagina, el faraón lucha en permanencia contra las iniciativas de los nobles que desean más poder, y por eso —al menos en los casos de Sethi y Ramsès II—, se ve obligado a tejer una alianza con el pueblo. Esta alianza, justamente, se basa en su auto-sujeción a la ley. La posición del faraón es más frágil de lo que parece; si no se sujetara a sí mismo a la ley —para generar seguridad y prosperidad, y así ganar el apoyo del pueblo—, rápidamente sería desplazado por una serie de pretendientes: el clero de Karnak (un 'Estado dentro del Estado'), los mercaderes vinculados a potencias extranjeras, los miembros de su propia familia, etc. Dice Jacq, citando de manera imaginaria a Ramsès: "La justice est le fondement de la société égyptienne. Pharaon est le premier serviteur de la Règle; il ne se situe pas au-dessus des lois" (ii, p. 192).

Otro punto: la obsesión por la información. El gobierno egipcio depende de un ejército de escribas que registran minuto a minuto una multitud de datos y conocimientos de los más diversos. Sigo leyendo, y fiel a mi costumbre, pienso en el fenomenal des-gobierno de la Argentina. La Sra. CFK jamás entendió la naturaleza del poder ejecutivo: lo compartió con su marido (¡gravísimo error!), y dejó que creciera un 'Estado dentro del Estado' [ver]. Luego vino lo peor: le quitó parte de su esencia al atacar la independencia del banco central y de la justicia, agravando así la inseguridad sobre la vida y las pertenencias. Y por si esto fuera poco, desprecia de manera vergonzosa el valor de las estadísticas.

Decididamente, estos inútiles podrían leer con provecho a Christian Jacq.

(*) Joseph Manning: "Beyond the Pharaos", The Wall Street Journal, 19 de marzo de 2011.
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